Esperanza
PodÃa
sentir las lágrimas deslizarse por mis mejillas mientras contemplaba
la escena que me atormentaba todas las noches. DeberÃa estar
acostumbrada a verle borracho, a verle en ese deplorable estado.
SabÃa lo que se avecinaba cuando vi caer la última botella de
cerveza al suelo. No esperé a que pasara. CorrÃ, corrà tan rápido
como me lo permitÃan mis pequeñas piernas. No querÃa ver como se
acercaba tambaleándose, no querÃa ver como me buscaba únicamente
para desahogarse pegándome hasta que yo me desmayaba.
Mis
pies tropezaban por las escaleras y el frÃo se filtraba por mi fino
camisón blanco. Me costaba respirar, los pulmones me ardÃan y mis
músculos dolÃan. SentÃa frÃos los escalones de mármol mientras
los bajaba descalza. PodÃa escuchar sus torpes pasos bajando las
escaleras detrás de mi, mientras yo intentaba con todas mis fuerzas
conseguir salir del edificio. Los vecinos de los pisos de al lado
seguramente podÃan escuchar como el gritaba y como yo huÃa, pero se
hacÃan los sordos, siempre se hacÃan los sordos. Nadie se daba
cuenta de que una niña de 8 años no tiene porque soportar estos
malos tratos, nadie deberÃa, independientemente de su edad. El
cansancio comienza a hacerme efecto y reduzco la velocidad. Cada vez
lo siento más cerca. No puedo entender como ese hombre que se hace
llamar “mi padre” pueda pegarme como lo hace. Desde que mi madre
murió hace ya tres años, no hay nadie que pueda protegerme de la
bestia con la que tengo que convivir por culpa de la estúpida ley.
Los servicios sociales no pueden hacer nada. Aunque yo me queje y los
llame casi todas las noches, ellos no encuentran evidencia alguna de
lo que yo les digo. A los ojos de la gente mi padre es una santo que
ha perdido a su esposa y debe criar a una niña solo.
Sigo
bajando escaleras. El cartel que hay pegado a la pared me indica que
ya estoy en el noveno piso. Casi he conseguido llegar a mi libertad.
Atrás puedo escuchar sus gritos pronunciando mi nombre. Se que se
encuentra cinco pisos por encima de mi cuando levanto la vista y veo
como se inclina sobre una de las barandillas y me mira. Le devuelvo
la mirada y se la sostengo durante unos segundos, después la bajo y comienzo a descender escalones. Esta vez más lento, pues tenÃa
que recobrar el aliento. Apenas he bajado unos cuantos escalones
cuando una botella de cerveza se estrella contra el suelo que hay
delante de mi. No me habÃa dado cuenta de que llevaba una botella en
la mano. Sé que su intención no era darme, si no cortarme el paso.
Sabe que voy descalza y que no puedo caminar sobre cristales.
Comienzo a sollozar y más lágrimas se deslizan por mis mejillas.
Tengo dos opciones: la primera, dejar que me coja y me pegue hasta
saciarse o, la segunda, correr sobre los cristales aunque me duela.
La respuesta es obvia. Prefiero sufrir un poco durante un rato a
sufrir el resto de mi vida los maltratos de esa bestia.
Corro
y el dolor se hace presente. La sangre comienza a brotar y puedo ver
y sentir los cristales atravesarme la piel. Sigo bajando las
escaleras medio corriendo, medio cojeando. Detrás de mi dejo un
rastro de sangre que brilla sobre el blanco mármol. Consigo llegar a
la puerta principal y abrirla. Sigo corriendo hasta llegar a una
cabina telefónica que hay en la esquina de la calle. Las calles
están desiertas, como era de imaginar, siendo las tantas de la
madrugada. Marco el número de los servicios sociales, el cual me sé
de memoria, y espero a escuchar una voz al otro lado de la linea.
Cuando voy a comenzar a hablar, mi pesadilla aparece, y el poco
alivio que sentÃa se esfuma en una milésima de segundo. Me aparta
del teléfono y me inmoviliza contra el cristal de a cabina,
empujando su cuerpo contra el mio. Me tapa la boca con una mano y con
la otra coge el auricular del teléfono y pide disculpas diciendo que
se ha equivocado de número.
Me
arrastra hacÃa el edificio y me obliga a subir las escaleras a
rastras. No le importa que este herida.
No
espera a llegar al piso. Comienza a pegarme en mitad de las
escaleras. Mis sollozos aumentan con cada puñetazo que me da. Siento
como me parte el labio y la sangre comienza a brotar dentro de mi
boca. Cansado de los puñetazos me tira al suelo y comienza a darme
patadas. No sé si se me ha roto algún hueso, pero si sé que me
cuesta respirar después de recibir una patada en el estómago. Mi
camisón, anteriormente blanco, está totalmente cubierto de sangre y
brilla. De repente ocurre. Estoy harta de llegar a este extremo.
Comienzo a toser y la sangre brota de mi garganta. Lo que está pasando, no es sangre de un corte en mi boca,no, lo que está pasando
es que estoy vomitando sangre.
La
sonrisa que asoma en su rostro me dice que esto le complace, siempre
lo hace. Su mayor entretenimiento es verme sufrir, verme vomitar
sangre y que yo no pueda hacer nada contra el. Mi impotencia es su
diversión y mi dolor es su felicidad. Psicópata, lo llamarÃan
algunos si lo vieran en ese estado que solo yo y nuestros queridos
vecinos conocen. Aunque yo tengo que soportar sus golpes, ellos solo
escuchan mi dolor sin hacer nada. Yo, sin embargo, conozco la palabra
que describe a la perfección al hombre que me esta golpeando sin
remordimiento alguno. Todos deberÃan llamarlo bestia sádica, porque
eso es lo que es.
Abandono
mis pensamientos al recibir otra patada que me impulsa con fuerza
hacia atrás, golpeando mi cabeza contra uno de los escalones. La
sangre brota del corte en mi frente y yo me siento aturdida mientras
mi visión se tiñe de rojo.
El
comienza a insultarme solo para humillarme aún más. Cada una de sus
palabras perfora mi piel y se queda grabada en cada parte de mi ser.
Estoy temblando. El miedo se ha apoderado de mi y mi cerebro no
responde adecuadamente. Hago la única cosa que me parece lógica
aunque sé que es inútil. Comienzo a gritar a pleno pulmón con el
poco aire que doy tomado entre golpe y golpe. Mi voz resuena en cada
una de las paredes de las escaleras que conectan los pisos. Pido
ayuda, pero nadie me escucha. Y si lo hacen sé que están demasiado
asustados de mi progenitor como para venir a salvarme.
Cierro
los ojos. Prefiero no seguir contemplando ese rostro frÃo que me
hace daño sin ninguna excusa. Mientras el me grita y me pega, sueño
escuchar voces, que se acercan y lo apartan de mi, que me cubren con
una manta mientra me susurran que todo va a estar bien. SonrÃo ante
tal ingenuidad. Es imposible que alguien venga a rescatarme. Con ese
pensamiento mi visión se vuelve oscura y mi mente se esconde en
algún lugar recóndito de mi memoria, donde alguna vez fui feliz,
hace ya mucho tiempo.
Escucho
voces que susurran a mi alrededor, una brillante luz blanca me
despierta y trato de enfocar mi visión. No me encuentro en ningún
lugar conocido para mi. La paredes son blancas y por una ventana se
filtra un rayo de sol que ilumina el ambiente. Estoy tumbada en una
cama demasiado cómoda y limpia como para ser la mÃa y unos vendajes
cubren mi cuerpo. Mi ropa a desaparecido y ahora llevo una
especie de camisón de color azul cielo. Me fijo más atentamente en
la habitación y distingo a un grupo de cuatro persona vestidos con un
mono verde y todos llevan una bata de color blanco. Mi corazón
palpita al darme cuenta de que estoy en un hospital. Los médicos me
miran y me dedican una sonrisa al notar que estoy despierta. No puedo
controlar la ráfaga de preguntas que pasa por mi mente y las suelto
todas de una vez. Uno de los médicos, un joven alto y pelirrojo, me
cuenta que uno de los vecinos no pudo soportar quedarse quieto
mientras escuchaba mis gritos y llantos y llamó a emergencias
explicando la situación en la que yo me encontraba. Otro médico,
esta vez una chica de cabellos rubios, me contó que la policÃa se
habÃa llevado a mi padre y que los servicios sociales habÃan
contactado con una tÃa lejana mÃa que llegarÃa mañana.
Para
mi, eso significaba que era libre, que nunca más tendrÃa que ver a
esa bestia después del juicio. Sentà un nuevo sentimiento emerger
de las profundidades de mi corazón y supe, con total seguridad, que
ese sentimiento se llamaba esperanza. Un sentimiento que siempre
debió estar conmigo desde el dÃa en que mi madre decidió llamarme
asÃ. Esperanza era y serÃa siempre mi nombre y mi mas alegre
sentimiento. Uno que me empujó a gritar por ayuda hasta que alguien
respondió a mis súplicas.
FIN
Espero que os haya gustado.
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Esperanza PodÃa sentir las lágrimas deslizarse por mis mejillas mientras contemplaba la escena que me atormentaba todas las noc...