Escrito: NO AL ACOSO ESCOLAR
No recordaba cuando había sido la primera vez que aquello se
me pasó por la cabeza. No recordaba cuando comencé a planear llevarlo a cabo.
No recordaba cuando lo hice por primera
vez…
Pero si recordaba las razones. Recordaba el dolor que me
causaban las heridas abiertas y sangrantes que eran presionadas todos lo días
por gente que no se daba cuenta del daño que me causaban, impidiendo que estas
cicatrizaran.
Recordaba sus risas cada vez que creían estarme gastando una
broma que para mi no tenía gracia. Recordaba cada una de sus palabras hirientes
que ellos no se daban cuenta que decían, o si se daban cuenta, parecía no
importarles.
Recordaba las falsas sonrisas que yo desplegaba en mi
rostro, fingiendo estar bien cuando no era así.
Todos los días me preguntaba si alguien sería capaz de darse
cuenta de que aquellas sonrisas no llegaban a mis ojos, que reflejaban todo el
dolor que me afligía.
Las burlas por ser diferente y “rara” a su mirar, comenzaron
siendo inocentes. Al principio no les daba importancia, al principio pensaba
que eran bromas inofensivas, que no me causarían ningún mal. Me equivocaba.
Todos los grandes incendios se inician con una pequeña
llama.
Las pequeñas bromas pasaron a convertirse en grandes bromas, en grandes burlas, en hirientes palabras que ellos consideraban divertidas… y entonces llegó el aislamiento.
Las pequeñas bromas pasaron a convertirse en grandes bromas, en grandes burlas, en hirientes palabras que ellos consideraban divertidas… y entonces llegó el aislamiento.
Dejaron de reír conmigo, dejaron de ser mis “amigos”, me
abandonaron. Pasaba los recreos sola y en silencio, yo, la que siempre había
destacado por tener en todo momento algo que decir. A la hora de escoger
miembros de un equipo o pareja para hacer un trabajo yo siempre me quedaba sola…
y entonces comencé a derrumbarme.
No sabía que hacer. Nadie se daba cuenta de que comenzaba a
sumirme en una profunda oscuridad de la
que no me creía capaz de escapar.
Las bromas, las burlas, las palabras hirientes, el
aislamiento… todo continuó creciendo, y mi sonrisa desapareció. Me sentía débil,
me sentía sola, me sentía desesperada, sentía que dejaba de ser feliz, sentía
que ya no merecía la pena vivir.
Supongo que fue entonces que aquello se me pasó por la
cabeza, supongo que fue entonces que comencé a planear llevarlo a cabo.
No consigo recordar el mes, ni el día, ni la hora, pero sí
consigo recordar el tiempo que hacía. Era un día soleado, un día precioso y
brillante. Recuerdo que hacía tan buen día que toda mi familia se había ido a
la playa, yo decidí quedarme en casa con la excusa de que tenía un trabajo de
clases que acabar.
Recuerdo encontrarme sola entre las solitarias paredes de mi
casa, recuerdo caminar nerviosa y ansiosa hasta el cuarto de baño, recuerdo coger
con mis manos temblorosas una de las cuchillas de afeitar de mi padre.
No recuerdo como llegué a mi cuarto. Supongo que como en ese
momento solo podía escuchar mi corazón palpitando en mis oídos no prestaba
atención a lo que sucedía a mí
alrededor.
Recuerdo estar sentada en la cama y mirar nerviosa la
cuchilla. Recuerdo que el primer corte fue el más difícil. El dolor me atravesó
la espina dorsal como un latigazo. Era insoportable, ardía, dolía… y ese dolor
me calmó, me relajó, me extasió.
Recuerdo que esa no fue la última vez. Cuando todo me
sobrepasaba, cuando ya no podía más, cuando tocaba fondo…entonces recurría al frío
filo de la cuchilla. Infligirme daño cada vez que sobrepasaba mi propio límite
se convirtió en una adicción.
La cuchilla de afeitar se convirtió en mi heroína. Y como
suele pasar con esta, una dosis pequeña dejó de satisfacerme. Un solo corte ya
no surtía efecto, necesitaba más. Y entonces un corte se convirtió en dos, de
dos pasé a tres, de tres a cuatro, de cuatro a cinco… y así hasta perder la
cuenta, y así hasta dejar de sentirme satisfecha.
Cuando la cuchilla dejó de darme consuelo volví a sentirme
muerta.
Y ENTONCES DECIDÍ ESTAR MUERTA.
Siempre había impreso la suficiente fuerza en la cuchilla
como para cortar la piel y obligarme a sangrar, nunca me había cortado de
verdad.
Una tarde que me encontraba sola en casa lo preparé todo. En
el reproductor de música comenzó a sonar mi canción favorita repetidamente, me
duché y me vestí con mis mejores ropas, me maquillé y acondicioné mi habitación
con velas aromáticas de manzana. Sobre mi cama se encontraba un pequeño ramo de
lirios blancos, mis flores favoritas.
Como en la primera vez, me senté en la cama, mis manos volvían
a estar temblorosas y mi corazón palpitaba de nuevo con fuerza en mis oídos.
Me sentía nerviosa y ansiosa. No tenía miedo, sentía que
todos los cortes anteriores me habían preparado para esto, para este momento.
Deslicé la cuchilla por la fina piel de mi muñeca e infligí
más fuerza que las veces anteriores. Vi con alegría y satisfacción como fluía
ese líquido rojo que corría por mis venas hasta manchar las mantas. No me
importó. Repetí seis veces más el procedimiento sobre mi muñeca izquierda.
Cuando me quedé sin espacio deslicé la cuchilla por la parte posterior de mis
rodillas. No recuerdo cuantas veces lo hice, solo recuerdo que paré cuando mi
cuerpo comenzó a sentirse pesado y relajado, cuando me entraron unas terribles
ganas de quedarme dormida. Todo se desenfocó, todo se volvió negro y me quedé
dormida.
Dormida en una cama de sábanas teñidas de rojo sangre, con
un ramo de lirios blancos descansando junto a mí, en el suave ambiente de mi
habitación repleta de titilantes velas con olor a manzana mientras sonaba mi
canción favorita.
Y volví a sentirme feliz, por última vez en este mundo.
Gracias por vuestro tiempo. Espero que os haya gustado.
No será el último, lo prometo.
Hasta la próxima!!!
Gracias por vuestro tiempo. Espero que os haya gustado.
No será el último, lo prometo.
Hasta la próxima!!!
No recordaba cuando había sido la primera vez que aquello se me pasó por la cabeza. No recordaba cuando comencé a planear llevarlo a cabo. ...